Buenas tardes chicas!
Hace unos días os presentaba esta entrada en su parte más personal, en la que hablábamos del maquillaje a nivel individual y de su influencia sobre la persona. Podéis verlo AQUÍ
Pues bien, hoy os traigo la segunda parte, en la que podréis ver cómo el maquillaje influye en la opinión que terceros pueden tener de nosotros y en cómo es, por así decirlo, un lenguaje no verbal cada vez más estudiado y analizado.
Para ello, quería compartir con vosotras este artículo que leí hace unas semanas en EL PAÍS (abajo encontraréis citada la fuente y el enlace al artículo completo).
¡Espero que os guste!
Gracias por pasaros 🙂
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La psicología de la apariencia ¿una nueva ciencia? – María Ovelar
Va más allá del embellecimiento y de los ritos tribales: el maquillaje tiene aplicaciones terapéuticas y es un vehículo de información cuya función pragmática algunos expertos comparan con la de los gestos. «Sin embargo, casi no existen estudios sobre su influencia, y pocos han analizado cómo determina la manera en la que percibimos a los demás», explica Arnaud Aubert, catedrático del departamento de Neurociencia de la Universidad François-Rabelais (Francia). Aubert sabe de lo que habla. Está inmiscuido en una de las primeras investigaciones sobre la «sintaxis del maquillaje». Todavía no tiene todos los resultados, pero sus descubrimientos prometen. «¿Por qué me centro en el estudio de las bases, labiales y sombras? Porque nos permiten modificar la opinión que el interlocutor se forma de nosotros. El ser humano juzga, en un segundo, no solo el atractivo, sino también la personalidad y la moral. La imagen nos basta para decidir –de manera inconsciente– si alguien es honrado o no. Es una cuestión antigua, evolutiva; no se trata de un tema frívolo ni superficial. La apariencia, como la palabra, vehicula información sobre la salud, el sexo y la psicología. Lo interesante es que esos datos se pueden modificar con tan solo un brochazo», razona el experto.
Este neurocientífico francés ha analizado la semántica del maquillaje para extraer unos parámetros y determinar tipologías. «En general, existen dos, uno diurno, muy natural, y otro nocturno, más teatral. En el experimento, también incluimos una tercera modalidad, un retoque laboral que agranda la mirada, borra imperfecciones y trabaja la simetría. Para sacar conclusiones, los proyectamos en los rostros de varias mujeres y planteamos estas preguntas a quienes los apreciaban: ¿Varía la edad y el atractivo de la mujer dependiendo del tipo de maquillaje? Y sus cualidades sociales: ¿parece más seria y motivada? La respuesta en ambos casos fue afirmativa».
Esta rama de la ciencia se conoce como psicología de la apariencia. «Ojo, no tiene nada que ver con la morfopsicología, una técnica que asocia un rasgo físico a un atributo, por ejemplo una nariz grande se relaciona con la maldad. Eso no es ciencia, es una estupidez. Nosotros buscamos respuestas a preguntas como: ¿qué sucede en nuestra mente cuando juzgamos a alguien por su apariencia? ¿La valoración depende solo del que observa? ¿O existen patrones comunes cuando estimamos cómo es alguien? ¿Las reacciones cambian dependiendo del tipo de maquillaje?».
Otra investigación responde con un sí a esa última pregunta. En 2011, Procter & Gamble publicó junto a Nancy Etcoff, una prestigiosa psicóloga de la Harvard Medical School, los resultados de un experimento poco convencional. «Nos centramos en el impacto del color en la percepción del rostro: los pigmentos alteran variables como el tono, la textura o la uniformidad», explica Etcoff. Y razona: «Aunque no nos guste reconocerlo, estamos programados para juzgar el libro por la portada. Las personas atractivas nos parecen más talentosas, sociables y buenas. Es el llamado «efecto del halo de la belleza». El equipo de esta investigadora comparó cuatro tipos de maquillaje: uno natural, otro profesional, otro glamuroso y otro sexy. «Los dos últimos, más coloridos, exageran la mirada. A 250 metros, los rostros empolvados, comparados con los no retocados, recibieron mejores calificaciones en competencia, confianza y atractivo», asegura Etcoff.
Pero cuando las fotos se observaron con más detenimiento, llegaron las sorpresas. Las tipologías sexy y glamurosa recibieron notas bajas en un apartado: el de la confianza. ¿Por qué? Aubert aporta una teoría: «La comunicación no verbal determina por qué una persona nos puede parecer más fiable que otra a primera vista. Si se añaden filtros, como demasiada sombra o base, la comunicación emocional se resiente. Si abusamos del producto, taponamos las facciones y expresamos menos». Y añade: «Un error muy común es borrar las patas de gallo. Esas arrugas expresan una sensación positiva: la felicidad, porque miman la contracción del músculo implicado en la sonrisa». La zona del entrecejo y de la boca son otro cantar. «El ceño fruncido y el código de barras tienen connotaciones negativas, indican enfado y tristeza, respectivamente; se deben matizar», recomienda el catedrático.
La función de careta, de cortina de humo ante las emociones, la personifica el doran, el maquillaje tradicional de las geishas. «No sirve para embellecerlas, sino para convertirlas en arquetipos. Los polvos no dejan translucir las emociones, porque para que lageisha se considere una buena acompañante debe desaparecer como mujer», argumenta el experto.
Y es que no todas las culturas se maquillan igual. Los países del norte de Europa gastan más en cremas que en pigmentos; justo al contrario que los del sur. «Las escandinavas prefieren no abusar del color. Es una declaración de intenciones: “Si ellos no se maquillan, nosotras tampoco”. Es una manera de reclamar igualdad». También hay razones históricas. «No se trata de ser más o menos extrovertidos. Se debe a la religión. Los protestantes suelen ser más rigurosos con su apariencia, más comedidos. Optan por un look neutral, casi imperceptible. Los católicos, no», explica Aubert.
¿Y qué comparten todas las culturas? La simetría. «Las sombras, el eyeliner, la máscara y el iluminador armonizan», asegura el francés. La clave: la mirada. «En vez de fijarnos en los ojos, observamos el contorno del maquillaje, simétrico. El equilibrio aumenta el atractivo». Claro que siempre se puede introducir un pequeño detalle que rompa la armonía. «En los siglos XVII y XVIII ya se dibujaba un lunar en el rostro o en el escote. Ese rasgo, aunque sea artificial, llama la atención y atrae».